Ayer estuve en emergencias de un hospital y vi cómo llegaba un accidentado en estado gravísimo. Tenía fracturadas las piernas y los brazos. Sangraba de una gran herida en la cabeza y escuché a los médicos decir que tenía una perforación en los intestinos. Para colmo, tuvo un paro cardíaco… fue terrible.
Lo peor fue que, mientras miraba a ese pobre muchacho al borde de la muerte y a los jóvenes médicos luchando para salvarlo, me acordé de mi querido Perú.
Fracturado por todos lados, herido, con sus órganos al borde de ya no funcionar. Pero había una diferencia, porque mientras los médicos hacían todo lo posible por salvarle la vida al accidentado, los políticos lo único que hacen es dejar morir a nuestro Perú.
La corrupción le ha fracturado las piernas a nuestro país y por eso no puede caminar y mucho menos correr. Los políticos miran para otro lado y no quieren ver que hay que atenderlo con urgencia y nosotros, como los familiares del muchacho accidentado, lloramos, sufrimos y nos sentimos impotentes.
Les cuento, que los médicos salvaron al muchacho y ahí me di cuenta que, si sabemos que los políticos no salvarán al Perú, de la corrupción, de la incapacidad, de la ceguera de los políticos que piensan sólo en ellos, tenemos que dejar de llorar y atrevernos a salvar nuestro país. Sólo nosotros, las personas, lo podremos lograr, jubilando a toda la clase política y contratando a nuevos políticos que tomen en serio el desafío, que piensen en el país y en nosotros los ciudadanos, que nos digan cómo podemos ayudar.