Lo que pasa en Ayacucho es grave. Pero lo más alarmante es que no es una excepción. Es la regla. Más de 2.500 casos de corrupción en esa región son el reflejo de cómo funciona el sistema en todo el Perú: con impunidad, sin castigos y con los mismos apellidos de siempre repartiéndose el botín, y solo 370 casos en proceso de sentencias con pago de reparaciones civiles.
¿Dónde se roba? En todos lados: gobiernos regionales, municipios, sectores de educación, salud, transporte. Y nadie da la cara. Ni una explicación, ni una disculpa.
Y mientras tanto, los ayacuchanos siguen sin hospitales, sin caminos, sin agua en muchos barrios. Pero la plata que debería llegar a la gente, se la reparten los mismos de siempre. Una mafia caviar que se viste de autoridad, que habla bonito, pero que solo está ahí para llenarse los bolsillos.
¿Hasta cuándo vamos a aceptar esto como si fuera normal? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos roben en la cara?
Lo que pasa en Ayacucho no es un caso aislado. Es un reflejo de cómo funciona el país entero. Un país donde el Estado se ha convertido en un enemigo de los peruanos, en un enemigo de los emprendedores, gracias a su incapacidad, que es, el punto de partida de la corrupción
Por eso no basta con cambiar de alcalde o de presidente. Hay que cambiar la forma de hacer política, la forma de gobernar para lograr un Estado sano, que trabaje para la gente y no para robarle a la gente. Porque si seguimos igual, solo cambia el apellido del ladrón.
Es hora de un cambio de ciclo, uno que limpie la casa desde adentro y devuelva el Perú a los peruanos.
