La crisis de confianza que existe entre la gente y los políticos es indiscutible. Y no lo dice solo la gente en la calle. Lo dice también la última encuesta nacional. El 63% de los peruanos no simpatiza con ningún partido político. En Lima, donde se concentra el poder, la cifra habla más fuerte: la mayoría ya no cree en nadie.
Y no es por culpa de la gente. Es por culpa de los políticos de siempre y de la mafia caviar que controla los poderes del Estado hace 25 años ya. Porque mientras los peruanos siguen esperando tener salud, educación, agua o seguridad, los partidos se dedican a repartirse cargos, blindar a sus aliados y hacer alianzas que solo sirven para cuidar su propio poder.
Acá ya no importa quién está en la derecha o en la izquierda. Todos se juntan cuando se trata de proteger sus privilegios. Y por eso la confianza está rota.
¿Cómo va a confiar el pueblo si cada elección trae los mismos apellidos y las mismas promesas? ¿Cómo va a haber esperanza si lo único que cambia es el logo del partido, pero no el modelo que siempre deja al pueblo fuera del juego?
Hoy, los políticos no tienen seguidores. Tienen clientes. No tienen propuestas. Tienen operadores. Por eso no basta con elegir distinto. Hay que gobernar distinto. Hay que limpiar el sistema desde adentro. Porque mientras no se rompa esa mafia, la democracia va a seguir secuestrada por los que solo saben servirse de ella.
El Perú no necesita más candidatos reciclados ni partidos de fachada. Necesita un nuevo comienzo.