Chiclayo podría convertirse en el centro del mundo católico. Ya todos sabemos que esta ciudad fue hogar del nuevo Papa durante casi una década. Allí vivió y ejerció como obispo entre 2015 y 2023. Si el Papa decide visitar el Perú, todos los caminos van a conducir a Chiclayo.
¿Y cómo está Chiclayo? Igual que siempre: abandonado por el Estado, golpeado por la delincuencia, olvidado por quienes prometen mucho y no hacen nada.
Mientras en Roma ya se empieza a hablar de Lambayeque, en el Perú seguimos tratando a Chiclayo como una ciudad cualquiera. Pero no lo es. Es, desde ya, la capital católica del Perú para el mundo. Un futuro destino de peregrinos, medios internacionales y turismo espiritual que puede cambiarlo todo. Pero el cambio no puede ser solo simbólico.
¿Cómo va a recibir Chiclayo esa atención global si no hay ni seguridad, ni oportunidades reales para su gente?
Las calles están abandonadas, y obras que siempre se inauguran con bombos y platillos, nunca se terminan. Desagües que colapsan e inundan la ciudad apenas llueve. Hospitales y colegios que se caen a pedazos, y nuestra cultura milenaria, que debería traer millones de turistas, abandonadas.
¿Hasta cuándo vamos a condenar a nuestros propios emprendedores a la informalidad y al abandono?
Es momento de transformar esa energía en desarrollo real. Esta ciudad, región, y los chiclayanos tienen mucho que ofrecer. Pero para eso, se necesita voluntad política, inversión en serio y un cambio de mentalidad.
Chiclayo puede ser mucho más que una parada en la agenda del Papa. Puede ser el símbolo de un nuevo Perú: un país que respeta su historia, pero que mira al futuro con oportunidades para todos.
El mundo ya está mirando a Chiclayo. Lo que falta es que el Estado también lo haga.