Citan con engaños, secuestran, torturan y matan. Así operan los “Malditos del Tren de Aragua” en Chiclayo. Como si estuviéramos en una película de terror… pero esta es la realidad.
Chiclayo ya no es solo tierra de cultura y tradición. Hoy es campo abierto para bandas criminales que hacen lo que quieren, cuando quieren, como quieren. Porque en esta parte del Perú, el Estado brilla por su ausencia.
Mientras las autoridades discuten cargos, alianzas y puestos públicos, el crimen mata sin miedo.
¿Dónde está el gobierno Regional, ?¿Los alcaldes? ¿Por qué nuestra policía no tiene apoyo?¿Dónde están los refuerzos para una ciudad que está siendo secuestrada por mafias internacionales?
En Chiclayo, como en tantas otras zonas del norte, los vecinos viven con miedo de salir a trabajar, con miedo de que sus hijos no regresen, con miedo de que una banda extranjera decida que su barrio es el próximo objetivo.
Y no es que no haya ley. Es que la justicia no llega. Porque para el Estado, Lambayeque sigue siendo parte del mapa solo cuando hay campaña electoral.
El crimen organizado no apareció de la nada. Se metió donde había abandono. Donde la policía no tiene gasolina, donde los fiscales no tienen personal, donde la justicia solo funciona para los corruptos.
¿Hasta cuándo vamos a permitir que nos gobiernen los delincuentes porque el Estado no lo hace?
El Perú necesita una estrategia real de seguridad. No más promesas vacías. No más operativos para la foto. Lo que se necesita es decisión, presencia y justicia verdadera.
Chiclayo no puede seguir luchando solo. Porque si el crimen organizado avanza acá sin freno, mañana será en cualquier otra parte del país.
Por eso es urgente un cambio de ciclo: uno que devuelva el control a los ciudadanos, no a las mafias. Uno donde el Estado deje de esconderse y empiece a proteger.