Una vez más, el Estado promete soluciones. Esta vez, para el desastre en la venta de boletos a Machu Picchu. La ministra Desilú León lo reconoció públicamente: “hay caos”. Pero ese caos no empezó ayer, viene de años de improvisación, negligencia y redes mafiosas operando impunemente en el corazón del turismo nacional.
Machu Picchu no es solo una maravilla del mundo. Es el rostro del Perú ante los ojos del planeta. Pero en vez de mostrar orden, cultura y hospitalidad, ofrecemos desorden, colas interminables, corrupción y reventa de entradas en manos de mafias.
¿Cuántos millones se pierden al año por esta informalidad? ¿Cuántas veces más vamos a prometer “reordenamiento” mientras los visitantes se llevan una imagen tercermundista de nuestro país?
Lo más grave no es solo la vergüenza internacional. Lo más grave es que todo esto ocurre con conocimiento de las autoridades, que miran para el costado mientras las mafias hacen negocio y el pueblo pierde oportunidad.
Cusco debería ser potencia turística. Pero sin un Estado serio, sin transparencia y sin gestión, todo queda en anuncios vacíos.
No se puede proteger a Machu Picchu con palabras. Se necesita decisión, limpieza institucional y verdadera voluntad de cambio. Porque si ni siquiera podemos ordenar la joya más preciada del Perú, ¿qué queda para el resto?
Es hora de poner al Cusco y al Perú donde merecen estar. Sin mafias, sin excusas y con un Estado que sirva de verdad.