En Cusco, la realidad supera cualquier serie policial. Las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional incautaron esta semana una avioneta boliviana usada para el narcotráfico. ¿Cómo llegó? ¿Cómo aterrizó? ¿Cómo nadie se dio cuenta?
La respuesta es tan simple como alarmante: el Estado viene dejando abandonado durante 25 años estas zonas, dejando que el crimen organizado se instale y opere con total libertad.
No es la primera vez que se detectan pistas clandestinas ni vuelos ilegales en nuestra región. Y lo más grave es que no hay un plan real para detener esta amenaza. Las bandas narcotraficantes están organizadas, porque en estos sectores no hay control y mucho menos voluntad política para cambiar las cosas.
Cada vez que aparece una avioneta cargada de droga, no solo se confirma el avance del narcotráfico. Se confirma también la fragilidad de nuestras fronteras y el abandono total a los peruanos que viven en estas zonas.
¿Cómo se construye una pista clandestina sin que nadie la vea? ¿Cómo se mantiene operativa durante meses?
Es hora de poner orden. Es hora de recuperar el control del territorio. No podemos seguir aceptando que desde el Cusco —corazón del Perú— salgan avionetas cargadas de cocaína como si fueran buses turísticos.
El país necesita recuperar su soberanía, cerrar la puerta al narcotráfico y tener autoridades que defiendan a su gente, no que negocien su silencio.
Porque sin seguridad, no hay libertad. Y sin libertad, no hay futuro.