Las cifras reveladas por la Dirección Regional de Salud (Diresa) en Junín son alarmantes. 63 fallecidos y más de 33 mil casos de infecciones respiratorias en lo que va del año. Y no se trata de una epidemia nueva ni de un virus desconocido. Se trata de enfermedades respiratorias comunes, que con campañas de vacunación eficientes, medicamentos disponibles y centros de salud equipados, se podrían controlar.
Esa es la cruda realidad que enfrenta Junín, una región golpeada por el frío y abandonada por un sistema de salud que nunca llega a tiempo.
En Huancayo lo que faltan son insumos, médicos, atención oportuna y condiciones dignas para los pacientes, pero lo que sobra son promesas vacías, como siempre.
¿Dónde están las campañas de prevención? ¿Dónde están los hospitales con personal suficiente y equipos en buen estado?
Todos los recursos destinados a estos propósitos terminan siendo malgastados por un sistema corrupto, en donde el negocio de la salud termina superando a la necesidad de los peruanos de pasar un invierno en paz.
Cada niño con fiebre que no es atendido, cada anciano que muere por neumonía sin haber sido vacunado, es una muestra más de la corrupción que carcome nuestro sistema de salud desde adentro. Los centros de salud se han convertido en símbolos del fracaso de un Estado que no protege a su gente.
Junín no necesita más discursos. Necesita líderes que puedan gestionar infraestructura de primer nivel, medicamentos, brigadas médicas en zonas alejadas y un plan real para enfrentar el invierno.
El sistema de salud de Junín —y del Perú entero— ya no resiste más parches. Necesita una reforma urgente, estructural y real. Porque mientras sigamos ignorando esta crisis, serán más los peruanos que paguen con su salud y su vida la incapacidad del Estado.
