Cada 28 de julio, el país se llena de desfiles, discursos y banderas flameando. Pero en Cusco, la ventana al mundo del Perú, la pregunta que muchos se hacen este año es otra: ¿Realmente tenemos algo que celebrar?
Cusco debería ser símbolo de orgullo nacional. Tenemos a Machu Picchu, una de las maravillas del mundo moderno, miles de turistas que vienen a descubrir nuestras raíces y una historia que es patrimonio de la humanidad. Sin embargo, lo que mostramos al mundo últimamente no es cultura viva, sino caos, desorganización, autoridades enfrentadas y promesas incumplidas.
El desorden en la venta de boletos para Machu Picchu ha puesto al Cusco en vergüenza internacional. Las denuncias de mafias operando alrededor del turismo, el abandono de sectores rurales y la inseguridad creciente, son señales de un Estado que no está a la altura de su capital cultural milenaria.
Y mientras tanto, nuestras autoridades locales y nacionales se pelean por protagonismo, mientras los verdaderos guardianes de nuestra cultura —los ciudadanos cusqueños— ven cómo se desmorona su bienestar sin respuestas claras.
Estas Fiestas Patrias no se tratan solo de celebrar. Se trata de reflexionar, y darnos cuentas que la izquierda populista nos ha llevado a esta situación. Debemos dejar de mirar al Cusco como una postal para turistas, sino como un pueblo que necesita respeto, inversión, planificación y orden. Si no arreglamos la casa desde donde nace nuestra identidad, ¿qué independencia estamos celebrando realmente?