Cuando el poder es lo único que importa, la justicia se pudre desde adentro. Delia Espinoza no está peleando por la legalidad ni por el orden institucional. Está peleando por el sillón, y su última maniobra lo deja en evidencia. Intentó, sin éxito, que el Poder Judicial suspendiera la reposición de Patricia Benavides como fiscal suprema. ¿Con qué autoridad moral?
Está todo dicho, pero todo sigue igual. Los manejos turbios de Delia Espinoza, la manipulación de la mafia caviar y de Gorriti sobre la Fiscalía están más que claros. Ya vimos cómo la Junta de Fiscales actuó por encargo para sacar a Benavides y dejar a Delia al mando. El país entendió el mensaje: Delia debe irse y Benavides debe volver.
Entonces, ¿qué falta? ¿Dónde están esos congresistas autoproclamados lideres y defensores de la democracia? ¿A qué juegan los que dicen defender al país? Porque hasta ahora, lo único que hacen es pensar en su propia campaña, mientras el sistema se sigue pudriendo.
La decisión del juez Juan Carlos Checkley —de rechazar la medida cautelar solicitada por Espinoza— demuestra que no todo está perdido en el sistema. Pero también deja al descubierto la urgencia de una Reforma Judicial profunda. Porque la Fiscalía de la Nación no puede seguir secuestrada por los intereses de la mafia caviar y por fiscales que actúan como operadores, no como servidores públicos.
Espinoza ha hecho todo lo posible para quedarse en el cargo: maniobras legales, blindajes mediáticos y discursos victimistas. Pero lo cierto es que su permanencia no representa estabilidad, sino estancamiento. Mientras ella pelea por mantenerse en el poder, la justicia sigue paralizada, los casos no avanzan y los ciudadanos pierden la fe en las instituciones.
El sistema judicial necesita una limpieza total, porque si no se corta el cáncer de raíz, la justicia seguirá siendo un teatro donde las verdaderas víctimas nunca tienen voz. Necesitamos un cambio de ciclo total para llegar a la verdad, transparencia y una reforma que limpie el sistema desde adentro.