El VRAEM se ha convertido en la herida abierta de nuestro país. Allí no gobierna el Estado, gobiernan las mafias del narcotráfico, que han hecho de éste un territorio sin ley donde la economía del crimen domina y el miedo es la norma.
Un reciente informe confirma que el 70 % de la cocaína que se produce en el Perú sale del VRAEM, lo que lo convierte en el principal corredor del narcotráfico hacia el mundo. La alianza entre carteles internacionales y remanentes terroristas mantiene la zona bajo un control criminal que ni las Fuerzas Armadas ni la Policía pueden desarticular.
Es cierto que la lucha contra el narcotráfico permitió incautar 75 toneladas de cocaína entre enero y agosto de este año. Sin embargo, organismos internacionales estiman que el país elabora unas 785 toneladas de cocaína al año, convirtiéndonos en el segundo productor más grande de esta droga, después de Colombia.
La realidad es que mientras el VRAEM se fortalece como capital del narcoterrorismo, el Estado aparece debilitado, sin estrategia clara ni voluntad política para erradicar el problema de raíz. Y esa debilidad no solo condena a los pueblos del Valle, condena también al resto del Perú, porque la droga y la violencia terminan infiltrándose en nuestras ciudades y comunidades.
El Perú no puede seguir tolerando un Estado ajeno en manos del narcotráfico. El VRAEM exige una acción firme, sostenida y con visión de país. Si no enfrentamos este problema con seriedad, el narcoterrorismo seguirá dictando las reglas en nuestra propia casa.