En el Perú parece que la política está condenada a repetirse como una mala broma. Hoy, mientras “el Lagarto” Vizcarra enfrenta procesos judiciales por corrupción, pasamos a la máxima conchudez que existe en política, su hermano Mario aparece en la escena política con aspiraciones presidenciales. Que tal concha!

Los Vizcarra, han convertido la corrupción en herencia, en un espacio donde lo que importa no es servir al país, sino proteger intereses, contratos y privilegios. Se trata de la misma receta de siempre, usar la política como un negocio familiar mientras el Perú sigue pagando las consecuencias.

El lagarto número dos, Mario Vizcarra, quiere venderse como una novedad política, pero su papel no es distinto al del viejo libreto de los Rodríguez López en los 80: “soy su hermano, pero no sé nada”, una escena repetida con el mismo guion de impunidad.

El apellido Vizcarra carga con un pasado reciente que no se puede borrar. Bajo el gobierno del “Lagarto”, el Perú alcanzó el triste récord mundial de muertes por la pandemia de COVID-19 y hoy sigue siendo investigado por obras y licitaciones millonarias que huelen a corrupción. ¿Acaso podemos creer que el hermano de quien dejó esa herencia de desconfianza representa una verdadera renovación política?

El sistema político peruano necesita una transformación de raíz. Seguir apostando por los mismos apellidos y clanes solo garantiza más de lo mismo. Promesas incumplidas, escándalos y un Estado al servicio de una mafia caviar. El futuro del Perú no puede estar en manos de quienes representan el pasado.

El 2026 debe ser la oportunidad para abrirle paso a nuevos liderazgos honestos, preparados y comprometidos con el cambio de ciclo que millones de peruanos reclaman.