Cusco vive del turismo. Miles de familias dependen cada día de los visitantes que llegan a conocer Machu Picchu. Pero hoy, la incapacidad de las autoridades regionales y nacionales amenaza con poner en jaque la mayor fuente de ingresos de la región. La posibilidad de perder el título de Maravilla del Mundo es una realidad, de acuerdo a la la organización New7Wonders.
La venta de boletos es un caos, los accesos están saturados, no hay planificación en el transporte ni en la atención a los turistas. En lugar de ser orgullo nacional, Machu Picchu se ha convertido en símbolo de desorden y abandono. El impacto no es solo cultural, sino que también económico. Cada error significa menos turistas, menos ingresos, menos trabajo para guías, hoteles, restaurantes y comunidades enteras.
El turismo debería ser el motor productivo que impulse al Cusco y al Perú. Pero mientras las autoridades se pelean y reparten culpas, se pierde lo más valioso, la confianza de quienes nos visitan. Nadie viaja miles de kilómetros para encontrarse con colas interminables, desorganización y un Estado ausente.
Un cambio de ciclo en nuestras autoridades significa dejar atrás la improvisación, poner al ciudadano y al trabajador en el centro, y cuidar lo que nos da identidad y futuro. Si el turismo quiebra, quiebra también la economía de miles de familias cusqueñas.