La historia política se repite en el Perú. Políticos que llegan al poder prometiendo limpiar la corrupción terminan hundidos en ella. El juicio contra Susana Villarán, ex alcaldesa de Lima, es la prueba más clara. Hoy enfrenta la posibilidad de una condena de 29 años de prisión, una de las más altas para un exalcalde en la historia del país.
Villarán construyó su carrera política con un discurso moralista, presentándose como la alternativa frente a la corrupción de siempre. Pero las investigaciones por los millonarios aportes de Odebrecht y OAS revelaron lo contrario. Detrás del antifaz de transparencia, se escondía otro capítulo de los mismos vicios que han marcado la política peruana en los últimos 25 años.
Su caso es un reflejo de cómo el sistema político se ha convertido en un terreno fértil para la corrupción. Promesas vacías, discursos progresistas o de cambio, que terminan siendo la coartada para llegar al poder y repartirse favores con las mafias empresariales.
Hoy, el mensaje es claro. Los que juraron representar al pueblo resultaron ser iguales o peores que los de siempre. La pregunta que queda es si la justicia será capaz de dar un golpe ejemplar con Villarán, o si otra vez veremos cómo el peso de la ley se diluye entre blindajes y maniobras.
La lección que deja el caso Villarán es dura pero necesaria. Los discursos contra la corrupción no bastan si detrás hay ambiciones y pactos oscuros. El 2026 será una oportunidad para no repetir los mismos errores. Debemos elegir con claridad y responsabilidad a alguien limpio, sin prontuario político y sin alianzas que lo encadenen a pagar favores en el futuro. Solo así podremos romper el ciclo de engaños que ha condenado al Perú durante décadas.
