La violencia volvió a teñir de sangre las calles del Callao. En plena avenida Óscar Benavides, a plena luz del día, dos obreros de la Línea 2 del Metro de Lima fueron atacados por sicarios. Uno de ellos murió en el acto, y el otro lucha por su vida en el Hospital Daniel Alcides Carrión. El ataque fue tan rápido como brutal. Los asesinos dispararon sin decir palabra y escaparon, una escena que ya se ha vuelto parte de la rutina en el puerto más violento del país.
Mientras tanto, el crimen organizado se consolida como el verdadero poder en las calles. En el Callao, los sindicatos, las obras públicas y hasta los transportistas viven bajo amenaza. Quien no paga cupos, muere. Quien denuncia, desaparece. Por eso, el paro nacional del transporte no solo es una protesta laboral, es una señal de desesperación de miles de choferes que viven extorsionados por mafias que ya no temen.
Los números lo confirman. El 2025 será el año más violento de la historia reciente del Perú. Solo entre julio y septiembre hubo 575 homicidios, según el SINADEF. Desde 2017, las muertes por sicariato se han duplicado. Más de 11,900 peruanos han sido asesinados en los últimos ocho años, y todo apunta a que el cierre de este año romperá todos los récords. Detrás de cada cifra hay una familia destruida, una víctima más de un Estado que no protege, no previene y no reacciona.
El Perú no puede seguir viviendo bajo el miedo. Lo que pasa en el Callao es el reflejo de un país que perdió el control por culpa de la mafia caviar y la izquierda ideológica, que debilita a la Policía y al Sistema Judicial, y protege a los criminales mientras el ciudadano común queda abandonado.
Si el Estado no recupera las calles y castiga sin miedo a los que destruyen al país, el crimen seguirá mandando. Por eso, el 2026 debe ser el año del cambio verdadero, el momento de romper con este sistema podrido y abrir paso a un nuevo liderazgo con autoridad, valores y amor por el Perú.
