Una región que debería ser símbolo de prosperidad por su riqueza natural, minera, agrícola y turística, hoy se hunde por culpa de una gestión regional y municipal incapaz de administrar lo que tiene. La economía de Cusco atraviesa su peor momento desde la pandemia. Tres trimestres consecutivos en caída y un retroceso del 4.9% en el segundo trimestre del 2025 lo confirman.
El golpe no viene solo del gas y de la minería. También del campo, donde los agricultores ven cómo sus cosechas se pierden entre el frío, el olvido y la falta de apoyo técnico. Y del turismo, afectado por los bloqueos, la falta de planificación y la improvisación permanente en torno a Machu Picchu, donde cada protesta significa millones de soles perdidos y miles de familias sin ingresos.
Cusco no está cayendo por falta de recursos, está cayendo por falta de gestión. Mientras los gobernadores y alcaldes se pelean por cuotas de poder y se lanzan a campañas políticas anticipadas, la infraestructura se deteriora, los proyectos se paralizan y los inversionistas huyen. Las municipalidades apenas ejecutan el 30% de sus presupuestos, y el Gobierno Regional sigue más preocupado por los titulares que por las soluciones.
La consecuencia es directa, menos producción, menos empleo y menos esperanza. Cada punto que retrocede la economía cusqueña significa familias enteras con menos comida en la mesa.
En el 2026 debemos realizar un cambio de ciclo. Si seguimos eligiendo a los mismos de siempre, que prometen, posan y desaparecen, Cusco seguirá siendo una región rica en potencial pero pobre en resultados.
Es hora de votar con memoria, con conciencia y con visión de futuro.
Porque solo con autoridades competentes y honestas, Cusco volverá a producir, crecer y liderar al Perú que trabaja de verdad.
