Una minera en Cusco contamina lagunas y napas. Nadie la toca. Pero si un minero artesanal trabaja sin papeles, lo tratan como criminal. Esa es la doble moral del Estado: tolerancia para los grandes, castigo para los que trabajan con las manos. Ya basta.
En Chumbivilcas, la Minera Crespo ha sido denunciada por contaminar lagunas y napas subterráneas. La comunidad lo ha dicho claro: están destruyendo su agua, su campo y su futuro. Y lo hacen sin permiso social, sin consulta, sin respeto.
Pero lo más indignante no es solo el daño. Lo peor es que a esta minera nadie la toca. Ni una sanción ejemplar. Apenas un par de visitas fiscalizadoras. Y mientras tanto, el daño sigue.
Ahora hagamos memoria: ¿cuántos mineros artesanales han sido perseguidos por mucho menos? A ellos sí les caen con todo. Como si fueran criminales. Como si trabajar fuera un delito.
Esta es la doble moral de siempre, el grande que contamina queda impune; mientras el que trabaja con las uñas, termina perseguido.
El pueblo de Chumbivilcas no está pidiendo limosna. Está exigiendo respeto. Exigiendo que las reglas sean iguales para todos.
Si un minero informal no tiene acceso a crédito ni a tecnología, es culpa de un Estado que nunca pensó en ellos. No son delincuentes. Son trabajadores a los que nunca les dieron oportunidad.
¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando que las grandes empresas se lleven todo, contaminen todo y encima se presenten como “legales formales”?
Lo que necesita el país es simple: formalización justa, remediación real y fin del blindaje para los grandes. Porque si seguimos con esta hipocresía, la verdadera ilegalidad, que es la contaminación ambiental, seguirá siendo legal para unos pocos.
Es momento de un cambio de ciclo. Uno donde el que trabaja con las manos sea respetado, y el que contamina con corbata… también sea juzgado.