El paro de transportistas convocado hace algunos días fracasó por falta de respaldo real, pero eso no significa que el problema no exista. La violencia contra los choferes sigue aumentando, y el Estado sigue sin aparecer. Los matan, los extorsionan, los asaltan… y nadie responde. Mientras algunos usan el caos para figurar, los verdaderos trabajadores del volante arriesgan la vida todos los días.
Pero más allá del paro, hay algo que sí es cierto y sí duele: a los transportistas los están matando. Uno a uno, en distintas regiones del país, los delincuentes los vienen extorsionando, golpeando y asesinando como si no pasara nada.
El problema es de fondo: la violencia sigue subiendo y el Estado sigue mirando para otro lado. Ni los policías ni los fiscales dan abasto. Y en medio de todo, los choferes —que solo quieren trabajar— son los que ponen el cuerpo.
Entonces, mientras algunos aprovechan el caos para hacer campaña,
los verdaderos trabajadores del volante viven con miedo, ganando cada día a riesgo de no volver a casa.
La delincuencia ya no es noticia. Es rutina. Y el transporte público se volvió un blanco fácil. Porque no hay seguridad en las rutas, ni respeto por quienes trabajan con su vehículo día a día.
Si no protegemos a los que nos trasladan, ¿qué país estamos construyendo?
Tiene que haber un cambio que ponga al ciudadano primero, al trabajador primero, al que se levanta a las 4 de la mañana a mover el país.
No queremos más paros sin sentido. Queremos acciones con resultado.
Y eso empieza por enfrentar la delincuencia con decisión, no con discursos.