El crimen organizado en el Callao y en todo el Perú ya no solo tiene rostro adulto, cada vez son más jóvenes los que integran estas bandas. Muchachos que en lugar de estudiar o trabajar son captados por organizaciones criminales que los convierten en sicarios, extorsionadores y ladrones a plena luz del día. Es la radiografía de una sociedad donde la ley avanza lento y la delincuencia corre más rápido.
El caso del “Bebote” que trató de matar a su propio padre, y la dinastía criminal que lo rodea, es apenas un ejemplo de cómo las mafias logran heredar el delito de generación en generación, amparados en un sistema judicial incapaz de dar respuestas.
Mientras tanto, las leyes incluyen acciones terapéuticas, educativas y de desarrollo personal, con la finalidad de reducir la reincidencia y facilitar la reintegración social de los jóvenes infractores. Así, los jóvenes delincuentes de 16 y 17 años pasan a medida de internación, y no a una cárcel común. Siendo éstas, medidas totalmente incapaces de generar justicia.
Si no se actualiza la legislación, seguiremos viendo a menores armados sembrando terror en las calles, con la excusa de que por su edad no pueden pagar como corresponde. El bienestar ciudadano está en juego, y cada demora es una puerta abierta para que las mafias sigan creciendo.