Cuando las decisiones se toman lejos, los resultados se pierden en la burocracia. Si el Cusco pudiera administrar sus recursos con una visión local, podría resolver con rapidez los problemas que hoy afectan al turismo, al empleo y al desarrollo regional.

Desde la Gobernación Regional han decidido dar una batalla que muchos en Cusco ven como justa. Exigir que el Gobierno Central entregue a la región la gestión total de su patrimonio cultural, incluida la administración del Santuario Histórico de Machu Picchu.

La demanda busca que el Ministerio de Cultura cumpla con una ley que, desde hace más de 15 años, ordena descentralizar la gestión del patrimonio hacia los gobiernos regionales. Pero Lima nunca soltó el control. Y mientras tanto, Cusco sigue esperando que desde un escritorio lejano se decidan cosas que deberían manejar quienes viven, trabajan y protegen su tierra todos los días.

El reclamo no es solo legal, es también un grito por autonomía y eficiencia. Machu Picchu no puede seguir dependiendo de ministerios que ni siquiera responden a tiempo cuando hay bloqueos, caos en la venta de boletos o conflictos con las comunidades.

La descentralización no solo debe ser una promesa escrita en leyes. Es la clave para que el Cusco se convierta en un modelo de gestión regional, capaz de generar riqueza sin esperar que el Estado central le diga cómo hacerlo. Desde la cultura hasta el turismo, desde la agricultura hasta las microempresas, el desarrollo real comienza cuando las regiones toman las riendas de su propio destino.

El Cusco no necesita permiso para crecer. Solo necesita que le den la libertad de hacerlo.