Lo que empezó como una protesta legítima de la Generación Z, harta de los políticos corruptos y de un sistema que no les da futuro, terminó siendo una vitrina más para los mismos sindicatos y gremios de siempre, esos que viven del caos y se alimentan del conflicto.
En Ayacucho, miles de jóvenes salieron a las calles para decir “que se vayan todos”, y con razón. No confían en el Congreso, no creen en el Ejecutivo, y están cansados de un país donde la corrupción, la inseguridad y la impunidad son parte del paisaje. Pero apenas asomaron las cámaras y las banderas, los viejos actores de la izquierda ideológica —los mismos de siempre— se colaron en la marcha para convertir el reclamo ciudadano en una protesta política más.
El Frente de Defensa del Pueblo, el SUTEP, la FENATEP y otros grupos con larga historia de manipular causas sociales, intentaron adueñarse del mensaje juvenil, gritando consignas que nada tienen que ver con el hartazgo de esta nueva generación. Mientras los jóvenes exigen una renovación total, ellos siguen pidiendo lo mismo de siempre: más Estado, más control, más populismo.
Esa es la gran diferencia. Los jóvenes no quieren ideologías, quieren resultados. No quieren asambleas constituyentes ni discursos vacíos, quieren seguridad, educación, trabajo y justicia. Y lo que demuestran estas marchas es que hay un país nuevo que ya no compra el discurso del pasado, ni de la izquierda ni de la derecha, sino que busca un cambio real de sistema, con líderes preparados, honestos y sin prontuario.
El descontento que se vive en Ayacucho, y en todo el Perú, no es un llamado a la violencia, sino una advertencia a los políticos: se les acabó el tiempo.
En el 2026, los jóvenes tendrán la oportunidad de demostrar en las urnas que lo que buscan es progreso y libertad, no las mentiras de los mismos de siempre.. Y ese día, los que hoy se disfrazan de defensores del pueblo no podrán esconderse detrás de sus pancartas.
