La vacancia de Dina Boluarte no ha sido más que otro capítulo del mismo libreto que los peruanos conocemos de memoria. Los políticos se pelean por el poder, se reparten el país como si fuera un tesoro, y al final nada cambia para la gente que madruga todos los días para trabajar, producir y sostener al Perú real.
Este nuevo gobierno de transición no va a arreglar lo que está roto. No va a limpiar la corrupción enquistada en la justicia, ni a devolverle seguridad a las calles, ni mucho menos creará condiciones para que el ciudadano común pueda salir adelante sin miedo ni trabas. Porque quienes hoy toman las decisiones son los mismos que durante 25 años han convertido al Estado en un enemigo del progreso.
El Congreso vacó a Boluarte sin tener un plan. No pensaron en la gente, ni en los empresarios, ni en los jóvenes que buscan oportunidades. Pensaron en ellos mismos. En sus cuotas, en sus cálculos, en sus pactos. Y ahora tenemos un país igual de estancado, con un gobierno sin rumbo y una clase política más desacreditada que nunca.
Pero en medio del caos, también hay una certeza. La verdadera oportunidad de cambio no está en esta transición, sino en abril del 2026. Ahí es cuando el Perú podrá romper definitivamente con el ciclo de corrupción, mediocridad e impunidad.
El futuro dependerá de que los peruanos elijan a alguien distinto. Un líder nuevo, sin prontuario, con capacidad técnica y profesional, que no deba favores a nadie y que tenga el coraje de limpiar el sistema judicial, fiscal y político. Un presidente que piense en los que producen, no en los que viven del Estado.
El cambio de ciclo es una necesidad urgente, porque el Perú no necesita otra vacancia, necesita empezar de cero.
