En Ayacucho, la mina El Dorado se ha convertido en el símbolo de cómo la corrupción se mueve bajo tierra. Lo que debería ser un espacio de trabajo y desarrollo para las comunidades, aparece hoy ligado a una red donde participan políticos, empresarios y hasta autoridades del Estado. Entre los nombres que salen a la luz está el hermano de la presidenta, junto a funcionarios y abogados vinculados al Ministerio del Interior.
Las investigaciones revelan que se usaron influencias y arreglos para asegurar el control de concesiones. No hablamos solo de negocios, sino de favores políticos y de decisiones tomadas en escritorios oscuros, lejos de la gente de Ayacucho que vive al costado de estas minas y nunca recibe los beneficios.
Mientras tanto, los pequeños mineros artesanales, que trabajan de sol a sol para mantener a sus familias, son perseguidos como si fueran delincuentes. No tienen abogados, ni recursos, ni respaldo del Estado. Para ellos no hay concesiones ni permisos rápidos, solo trabas y exclusiones que los empujan a la pobreza y al crimen organizado.
La corrupción en el sector minero es una herida abierta. Si no se hace una Reforma Minera seria, que ponga reglas claras, que dé oportunidades reales a los mineros peruanos y que acabe con las redes que se enriquecen a costa de todos, seguiremos viendo cómo los grandes concesionarios como Poderosa, El Dorado, y el Proyecto Khaleesi se reparten las riquezas del país mientras las comunidades y los pequeños mineros son tratados como criminales.
Un cambio de ciclo en la minería no puede seguir postergándose. Mientras se criminaliza al minero artesanal, nadie toca el verdadero problema: las grandes concesiones ociosas que frenan el desarrollo del país. Casos como el de Poderosa en Pataz reflejan cómo el sistema está diseñado para entregar territorios inmensos que quedan atrapados por décadas, sin revisiones ni reaperturas que permitan a otros productores acceder a esas tierras. Esas concesiones eternas son el mayor obstáculo para que el Perú avance. Si no cortamos de raíz esas cadenas de corrupción y privilegio, nunca podremos transformar a nuestros mineros artesanales en verdaderos empresarios, capaces de aportar riqueza, empleo y desarrollo al país que tanto lo necesita.