En Arequipa, más de 200 niños son diagnosticados con cáncer cada año y solo existe un oncólogo pediatra para atenderlos. La cifra es indignante. La salud en las regiones está colapsada, y lo que debería ser prioridad absoluta para el Estado se convierte en una carrera de resistencia para las familias que luchan solas contra la enfermedad.
No se trata solo de falta de médicos, sino de un sistema que abandona a los más vulnerables. Los padres deben peregrinar entre hospitales, recaudar fondos, organizar rifas y esperar milagros, mientras los recursos públicos se pierden en corrupción o se destinan a proyectos sin impacto real en la vida de la gente.
Con el cáncer, cada demora en atención significa vidas que se apagan antes de tiempo. El Estado debería garantizar especialistas, tratamientos y hospitales preparados, pero lo único que garantiza en Arequipa es más sufrimiento y desesperanza.
Un país que concentra al 76% de sus oncólogos en Lima y deja al resto de las regiones abandonadas a su suerte, es un país que está condenando a su gente. No puede ser que uno de cada dos niños sufra de anemia infantil ni que enfermedades como la tuberculosis vuelvan a expandirse sin que haya reacción.
Los niños de hoy son los futuros profesionales, deportistas, médicos, profesores y líderes del Perú. Negarles salud es negarles futuro. Un cambio de ciclo también significa poner la vida y la niñez en el centro de las prioridades, porque un país que no cuida a sus hijos nunca podrá hablar de desarrollo.